En la primera mitad de los años ochenta, cuando yo todavía no había llegado a la veintena, fui vecina de Estrellita Castro, que residió en el número veintiuno de la calle Silva, paralela a la mía, junto a la Iglesia de la Buena Dicha, ecléctica construcción de principios del siglo XX erigida por Francisco García Nieva en el solar que ocupara en el XVI el Hospital de la Buena Dicha, derribado a finales del XIX. Cuarenta años después de aquella vecindad, ha venido a caer en mis manos una novela que relata, en clave de ficción histórica, la biografía de la gran artista Estrellita Castro, hilada en torno a la historia de amor entre la cantante y un gitano de Triana al que llama Múo por su poca conversación. Uno de los mayores aciertos de la novela es, como se ve en el apodo del chico, la escriturización del habla popular y de los rasgos dialectales andaluces con total frescura, como irrenunciable vindicación de lo auténtico:
—¿Usté sabe cómo puedo hablar bien, don Agustín?
El maestro no entendió aquella pregunta. Para él, el muchacho se expresaba con naturalidad y eso quería decir que lo hacía bien.
—Explíquese.
—Quiero decir ese cuando sea ese y ce cuando sea ce, no lo que to lo pronuncio igual, con ce o zeta o como sea. Y no comerme las letras.
—Pero es su forma de hablar, no tiene que avergonzarse ni sentirse inferior por expresarse del modo en el que lo hace.
—No es vergüenza, don Agustín; es porque me toman en serio, con más respeto. Abro la boca y tos, digo todos, saben que soy un bruto.
—No es verdad. Nadie es bruto por la manera en que habla. Le aseguro que usted habla igual de bien que alguien de Vizcaya con su formación.
—Entonces, ¿bastará con leer más, con calcular más?
—Bastará para el propósito de expresarse de manera diferente que, insisto, no tiene por qué ser mejor, sino que es diferente; pero no nos engañemos, el verdadero asunto de que no le tomen en serio o con respeto es que usted es, sencillamente, pobre[i].
Otro innegable acierto es la reivindicación de la copla como expresión del sentir popular. Son muchas las que se transcriben a lo largo del relato. Suspiros de España, el célebre pasodoble que, andando el tiempo, se convertiría en el eje central de la novela de Javier Cercas Soldados de Salamina, llevada al cine por David Trueba, resuena en la memoria sentimental de muchos de nosotros, que vivimos aquel otro eclecticismo, entre lo folclórico y lo moderno contracultural, que fue la “movida” madrileña (no hay más que rastrear su estética en las películas de Almodóvar); y algunos incluso nos empeñamos, desde las universidades, en que lo sigan escuchando las nuevas generaciones de estudiantes de cine y de literatura; de modo que, como docente de dichas materias, sigo en cierto modo unida a mi convecina Estrellita, cuarenta años después de habernos cruzado tantas veces por nuestras respectivas calles paralelas, la de Silva y la de Tudescos, y en la aledaña plaza de la Luna (nombre que alumbró una de las más populares publicaciones de aquella “movida” madrileña).
Casualidades de la vida, paralelos también parecen ser nuestros destinos: la novela La Estrella de la canción, con la que su autor, Manuel Guerrero Cabrera, obtuvo el premio el IX Premio Alexandre Dumas de Novela Histórica, ha venido a refrescar esos recuerdos y a vivificar el aroma de ese árbol frondoso que es la vida, en el que todo se ramifica y crece y hasta se separa, pero permanece unido a un mismo tronco. Y los datos históricos que maneja de manera magistral en la trama son de especial valor para los estudiosos de aquella época. He disfrutado de esta lectura como de un aroma con el que, de repente, vuelven los recuerdos de toda una vida, junto a los de nuestra historia común más reciente, a través de las canciones: la república, el exilio, la guerra… No se la pierdan.
[i] Guerrero Cabrera, M.: La Estrella de la canción. M.A.R. Editor, Madrid, 2024, pág. 40-41
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