Son muchas las formas que adopta el maltrato, y posiblemente una de las más comunes sea la que todos conocemos como simple abandono. Y digo simple porque, como los insultos o las calumnias, está al alcance de todos, aunque sean múltiples sus maneras de presentarse. El silencio, sin ir más lejos, puede ser una forma muy letal de abandono, cuando se utiliza como castigo contra la pareja o los hijos. Pero sin duda la muerte es la forma más definitiva de abandono: el abandono de la vida. Abandonar a alguien no puede ser, en el fondo, más que un intento de matarlo, ignorándole, injuriándole con la negación de su existencia. Pues no es otro, en el fondo, el sentido del verbo abandonar, emparentado etimológicamente con el de ‘baldón’. Joan Corominas lo fecha con acepción de ‘injuria’ en nuestra lengua en 1330, y dice que significó antes ‘tratamiento soberbio’, S. XIV, y primitivamente ‘tratamiento arbitrario, a discreción’. Procedente del francés antiguo bandon, tomado a su vez del fráncico bann ‘mando, jurisdicción’ (palabra que aun hoy existe en alemán actual), laisser à bandon y posteriormente abandonner significaba en origen ‘dejar en poder (de alguien)’, y de ahí precisamente procede nuestro castellano abandonar, “que en la Edad Media, y hoy todavía en América y Asturias, tiene la forma abaldonar, disimilada con baldón”, señala Corominas.
Escribo todo esto a pocas semanas de que terminara la huelga de hambre de varias mujeres en la madrileña Puerta del Sol como protesta por las víctimas de maltrato doméstico, y tras haber sabido que las huelguistas fueron multadas por haber instalado allí su propia carpa. Las protestas, pese a todo, continúan, porque desgraciadamente los malos tratos y las muertes que se producen como consecuencia de los mismos continúan creciendo. Se trata, indiscutiblemente, de un intolerable baldón, también en los incontables casos en los que no se salda con la muerte. Si una persona, incluso sin ausentarse de su casa, abandona a sus hijos simplemente ignorando la atención o los cuidados que necesitan, ya sean materiales o emocionales, los aniquila cruelmente aunque no llegue a ponerles la mano encima. Lo mismo ocurre con el hombre que deja a su mujer sin recursos -de repente se ha muerto para él, suele decirse en estos casos-. La amó como si el mundo comenzara y terminara en ella, pero llegado el momento de defender su ‘mando, jurisdicción’, tan propio de un mal entendido ego masculino, se larga sin pensar siquiera en la posibilidad de que esté embarazada, o mortalmente enferma: la vida o la muerte, lo que empieza o termina… de modo que con el abandono no hace sino ‘dejar en poder’ de la abandonada su hipotético mando, porque todo podría estar incubándose en el cuerpo de la mujer que se abandona, y ella podría portar dentro de sí los gérmenes patógenos o el germen de otro ser. Tal vez por eso algunos prefieran matarlas antes que dejarlas. Porque saben que destruyen de ese modo cualquier posible curso de la vida, esa que de todos modos nunca alcanzarían a controlar, ni llegarían nunca a poder dar con sus manos groseras de asesinos.
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