Quién no se ha comido un yogur caducado, y no sé de nadie que haya muerto por ello. Pero se ha implantado en el pensamiento colectivo la necesidad de que el Estado nos asegure todo. La forma que tiene el Estado de responder a esta necesidad es pedirles a los fabricantes de yogures que pongan como fecha de caducidad aquella en la que están seguros de que nunca estará en mal estado. Así tenemos mucha comida que se desperdicia.
Hace unos años un suceso luctuoso, la fiesta-concierto del Madrid Arena, elevó al límite la exigencia de seguridad en eventos públicos, y a los pocos meses los vecinos que organizan una verbena en las fiestas de su barrio se encuentran con que los menores no pueden entrar. Claro que los menores eran las propias mairalesas de las fiestas.
Un local como el Jai-Alai, que llevaba 50 años organizando conciertos, algunos de los cuales se ponen como referentes de la cultura musical de la ciudad, de repente se convierte en un sitio inseguro y quedan prohibidas todas las actuaciones musicales, asistan 200 o 2000 personas.
Todo esto es un poco raro, pero podemos seguir con ejemplos más absurdos. Un pueblecito del Pirineo tiene bloqueado el suministro de agua para los 40 vecinos que viven de ordinario y los 200 más que van de cuando en cuando, porque la tubería debe atravesar un pequeño barranco y el proyecto no supera el informe ambiental. El agua está al otro lado del barranco, y no hay otra.
Me contaba una abogada que le había tocado defender a un Ayuntamiento en una demanda civil de una persona que, estando en el pueblo de vacaciones, una noche se puso a jugar con sus hijos al escondite. Se escondió, claro, donde había poca luz, no vio el desnivel, se cayó y se rompió un tobillo. El susodicho presentó una demanda, porque la calle no estaba bien iluminada. Me decía la abogada, desolada, ¡y menos mal que este juez consideró que el Estado no tiene que ser responsable de todo lo que les ocurra a los ciudadanos!
Hemos perdido el sentido de la medida, empezando por el sentido de la responsabilidad individual de nuestros actos, y esto es la descomposición de la sociedad como la conocemos, y además es muy caro. Muchos de nuestros impuestos se van en prever y procurar defendernos de futuras demandas.
De lo que nos ocurre, los ciudadanos individuales somos los primeros y, la mayor parte de las veces, los únicos responsables. En el Jai-Alai ha habido centenares de conciertos, a algunos de los cuales asistí, en ocasiones no cabía un alfiler, en otras estábamos anchos. Cada uno de los que allí fuimos lo hicimos de forma libre y voluntaria, tanto que pagábamos para poder entrar. La decisión de quedarte o marchar si lo ves muy lleno es individual y es tu responsabilidad. Nadie tiene que garantizarme si hay mucha o poca gente.
Se ha impuesto la exención de responsabilidad individual, la culpa se traslada al Estado en cualquiera de los niveles políticos o administrativos. El Estado ha reaccionado como sabe y puede: regulándolo todo. Luego nos quejamos de que hay demasiadas normas, que son absurdas o que las mairalesas no pueden entrar en la verbena de las fiestas del barrio. Algo de eso también es responsabilidad nuestra.
Leave a Reply