A punto de cerrar el segundo ciclo de la “Tertulia María Moliner” que se viene reuniendo el primer jueves de cada mes en la Casa de Aragón en Madrid, y antes de encarar el próximo solsticio, que se presenta, según venimos viendo, guadaña en mano (me repito en esto, pero el solsticio, como dice el refrán «En junio, la hoz en un puño», es la época de la siega y aquí estamos ya viendo que han de caer, junto con las mieses, unas cuantas cabezas de nuestra escena pública), les anuncio que en la que será la última sesión de este curso académico, el próximo 7 de junio, vamos a hablar con Jesús Miguel Mostolac, escritor aragonés que ha publicado recientemente la novela “Inter nos”, sobre el tema del cuerpo como objeto, esto es, como paciente de la enfermedad, pero también del maltrato que obra sobre él el poder: el cuerpo como receptor del abuso que supone cualquier forma de dominación. No de otro modo puede considerarse el maltrato infantil, por más que se disfrace de “educación” o “disciplina”. La publicidad, la sanidad incluso, a menudo obran sobre los cuerpos con implacable impiedad mercantilista, reduciéndolos a meros objetos consumidores de bienestar. De ese modo, vamos cayendo en la negra falsificación de la salud como un objeto de consumo, o peor aún como un bien cuya adquisición depende de cotizaciones y financiaciones, públicas o privadas, de posibilidades económicas, de contactos, de conocimientos… La gordura ya no es índice, como antaño, de gozar de una buena posición social que eximiese de pasar hambre y de tener que trabajar de sol a sol, sino signo de estar mal alimentado, con comida barata, la que conocemos ahora como “comida basura”.
Hay una innegable maldad en la crueldad que se dirige hacia los cuerpos, sea del tipo que sea. Porque el cuerpo sometido encubre la intención de someter la mente y el espíritu. No es otro el modo de operar de la tortura: socavar las fuerzas físicas, hacer llegar a la víctima justo al límite concebible del dolor para someter su voluntad. Algo de esto hay en los cánones estéticos que nos vende hoy la publicidad; la enfermedad, física y mental, se esconde detrás de ellos bajo el nombre de bulimia o anorexia, como la depresión o el suicidio detrás de la imagen de la felicidad. El objetivo es siempre el mismo: dominar los cuerpos para dominar las almas.
Pero lo más perverso de todo ello es que muchas veces la dominación nos viene de la mano de una pretendida rectitud (legal, moral, actitudinal) que no nos es dado siquiera cuestionar. Incluso quienes nunca han sufrido violencia física no podrán decir que hayan logrado sustraerse por completo a otros intentos de dominación, en las relaciones laborales, o institucionales, o en el amor. La fidelidad, por ejemplo, cuando no es íntimamente elegida y sentida, sino impuesta por la religión o por la ley, se convierte en una forma más de violencia; la lealtad a ultranza puede acabar convirtiéndonos en sicarios de quienes traicionaron nuestra confianza: en la literatura, como en la vida, los ejemplos se multiplican pues, además, está muy extendida entre la gente la tendencia a hacer ficción de la ficción, hasta el punto de convertir en una ilusión lo más real que tenemos, nuestros cuerpos; porque sabemos que, dominando la conducta del cuerpo, dominaremos la conducta del alma; porque sabemos que si podemos doblegar el sexo, acabaremos doblegando el amor; creemos que junto con la promesa de la fidelidad compramos la seguridad del amor eterno, y así se justifica que aquel al que le fueron tales cosas prometidas se permita hacer llegar al otro al límite del dolor, físico o moral.
¿No pisan los amantes
Constantemente límites, uno en otro,
ellos, los que se prometían amplitud, hogar
y el perseguir afanoso de una meta común?
(R.M.Rilke, IV Elegía deLas elegías de Duino)
El fin del amor no implica su negación de modo retroactivo, pero es inaceptable pretender que tras el dolor causado las promesas que se hicieron deban seguir vigentes, porque continuar padeciendo dolor por no contravenir la palabra dada ya no sería amor, sino suicidio. Y lo mismo que vale para una pareja vale también para una sociedad de bienes, para una empresa para el voto que dimos a un político o la fe que pusimos en una creencia religiosa. “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”, decía Buda. El evitable sufrimiento, inaceptable para casi todos, es sin embargo la opción de algunos seres, por el prestigio que les da, por una parte, la capacidad para sufrir (y ellos son sin duda quienes más sufren, pues es sarna que no les pica) y, por otra, el poder de hacer sufrir a los demás en nombre de la virtud.
Sobre todo ello hablaremos en la “Tertulia María Moliner” el jueves día 7 del próximo mes de junio, así que desde ya quedan invitados a departir sobre el tema “lenguaje, cuerpo y salud” con los habituales tertulianos y con Jesús Miguel Mostolac, nuestro invitado de excepción y autor de la novela “Inter nos” (Mira Editores, Zaragoza, 2017), sobre la que puedo decirles ya, sin temor a revelarles lo sustancial de su argumento antes de que la lean, que nos descubre algo que siempre he venido sospechando, y es que tras la máscara de una extremada virtud a menudo lo que se oculta es el máximo virtuosismo de la maldad.
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