En el prólogo a El bosque no es árbol repetido (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2023), dice Valentín Martín de su autor, Félix Maraña, que “es un poeta repentista y no necesita mucho para coser versos”, lo cual es hasta cierto punto lo normal, pues suelen decir los poetas que sus criaturas se presentan de un modo repentino. En los sonetos -y soñetos- de este libro he encontrado, eso sí, que la vida irrumpe de modo irrefrenable en sus cuatro apartados, pero quizás de manera más evidente en la primera, RUMORES VEGETALES, de donde es el poema Patria que transcribo:
Un lugar donde el odio esté prohibido,
un espacio sin templo obligatorio,
un vivir sin mortaja o velatorio
e hincar con la rodilla, suprimido.
Un paisaje liberto, falansterio,
donde sólo dirija la cabeza;
reparta pan, justicia y no tristeza,
luzca la luz y reluzca el criterio.
Que la mente y el cuerpo y su memoria
conformen el país y sus circuitos,
sin cercas, ni collares, pena o gritos,
y liberen lo humano de la escoria.
Esa es la patria que a vivir prefiero:
que el trato del respeto sea su gloria,
sin tanto respirar furioso y fiero.
[Maraña, 2023:37]
Porque la vida, o tal vez su otra cara, la muerte, es también repentista: irrumpió con la pandemia y “se coló de estampida en los hogares” hasta el punto de que “el silencio sonó en lunas y valles/Y ya nadie lloraba ni reía/Los pájaros por fin toman las calles” [Maraña, 2023:61]. De modo que en la tercera parte del libro, titulada NOMBRES Y PRONOMBRES, aparecerán los de aquellos a los que la pandemia se llevó por delante, como Joaquín Carbonell, del que dice que “Su voz no muere/si se le quiere” (Maraña, 2023:132), entre otros nombres de difuntos previos como Machado, Bergamín, Lorca o Vallejo. ¿Y qué decir de los pronombres? Acaso esté alguno implícito en la recurrente metonimia del sombrero bajo cuya ala se guarece el yo poético de Félix Maraña; o bien escondan a los amantes, tal en el conocido poema de Salinas, o en el no menos conocido chascarillo que dice:
– Entonces nosotros, tú y yo, ¿qué somos?
– Pronombres.
Hay tan solo pronombres en el poema Poderes, pero no dejan de ser acusadores, por más que tales poderes se camuflen en la tercera persona del plural de un “ellos” pretendidamente indeterminado:
Tanta verdad inapelable abruma
y conmueve saber, si es que se sabe;
que no tienen razón, tienen la llave
para que su mentira nos consuma.
Todo su predicado se hace espuma,
vago claror donde confunde un ave
-como la bruma que encubrió la nave-
el monte disfrazado entre la bruma.
Todo su discurso extraordinario
se asemeja a los rictus del rosario,
repitiendo sin más la misma nada.
Repitiendo baboso silabario,
disfrazando ante el mundo su ideario:
convertirnos a todos en manada.
[Maraña, 2023:66]
Sin embargo, entre tanta mentira y tanta muerte, en la reconfortante patria en-Maraña-da de este libro-bosque, que no es árbol repetido, sino foresta de árboles singulares, la esperanza presenta una sonrisa pequeña, la de la infancia, símbolo de permanencia de un mundo que ha de ser “paisaje liberto”, le pese a quien le pese, pues así lo manda la Pedagogía del tiempo que da título al poema con el que cierro esta reseña, sonriendo feliz para mis adentros (y con toda razón, como verán):
Una sonrisa pequeña
vale mucho y es la seña
de que el mundo crece solo,
que un obelisco es un bolo
cuando de niño se enseña.
Que la verdad, si se empeña,
no es verdad si no se sabe.
Y una sonrisa risueña
no es sonrisa si no cabe
en ella lo que reseña.
[Maraña, 2023:76]
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