La expresión literaria de la experiencia mística es, como dijo el poeta Jaime Siles durante su intervención en los actos del V Centenario de Santa Teresa en la Universidad Complutense de Madrid, una tarea imposible, puesto que las palabras no alcanzan a expresar lo inefable, esa experiencia de la totalidad que supone la unión del alma con Dios. De ahí que el místico recurra a la temática amorosa, incluso en sus aspectos más netamente sensuales, figurando el encuentro de la Amada con el Amado como el momento de la unión del Alma con Dios. Y afortunadamente esta metáfora se ve sustentada en el hecho de que la palabra «alma» sea de género femenino, pues de no haber sido así, muy otro hubiera resultado el “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz como también, en fechas más recientes, el magnífico relato de Joaquín Albaicín titulado “Hotel Samsara”, en el que un inquietante juego voces y de paradojas se establece en torno al supuesto suicidio de una señorita, llamada Alma, que se arroja por la ventana de un hotel de lujo, al tiempo que su cuerpo es encontrado sin vida sobre la cama de su habitación por los investigadores criminales. Ese “salir del cuerpo” del alma en busca de Dios, ese juego de sentidos que nuestra gramática permite tanto en el “Cántico” de San Juan como en el cuento de Albaicín, es sin embargo impensable en otras lenguas, donde la palabra alma es de género masculino.
“Ambos enamorados ansían unirse con el Amado”, nos dice Amancio Prada para presentar su recital «La voz descalza», que se podrá ver en Huesca el próximo día 13 de febrero; “un místico es un prendado de Dios. Pero a la hora de expresar esa pasión no tienen otro lenguaje que el de nuestras palabras usadas. Y así, su amor divino se arropa humanamente y se expande”. La unión de los enamorados como un único ser, la idealización amorosa que ve a la pareja como un todo, tiene su correlato místico en la vivencia de la totalidad: “Sentí que todo era nada; y me pareció estar, en verdad, delante de la verdad”, cita a su vez Rafael Álvarez “El Brujo” para presentar su espectáculo «Teresa o el sol por dentro», también en cartel en estos días en el Teatro Cervantes de Málaga. Y es que Teresa de Cepeda es, como escritora, toda verdad: una narradora de extrema autenticidad; su obra es ella misma, afirma la profesora y estudiosa Rosa Navarro. Amor, verdad y aspiración a la totalidad conforman cada una de las líneas que escribió.
No nos parece casual que tantos y tan grandes artistas de nuestros días, como Amancio Prada, Rafael Álvarez “El Brujo” o Juan Mayorga, autor de la obra dramática sobre Santa Teresa “La lengua en pedazos”, dediquen sus esfuerzos a captar y transmitir la esencia de nuestros grandes poetas místicos, esa totalidad tan esquiva a las palabras que tratan de apresar acudiendo a la polaridad de los opuestos e integrándolos: el “vivo sin vivir en mí” y el “muero porque no muero” de Santa Teresa, “la música callada, la soledad sonora” de San Juan… Porque la ciencia, desde el positivismo, ha fragmentado la realidad –para proceder metódicamente a su estudio– y con ello alterado nuestra relación con el todo, suscitando así, desde fines del XIX, un profundo anhelo de eso mismo, según Siles. Un anhelo que ha llevado a su búsqueda a través de sustancias alucinógenas; y curiosamente ambas, las drogas y la mística, han sido objeto de sospechas y severas condenas, de persecución judicial (se han señalado sobradamente, y muy recientemente lo hizo el profesor Díez Borque con motivo del Congreso del V Centenario, las similitudes entre el éxtasis místico y el inducido por sustancias alucinógenas: la idea de vuelo, de viaje, de soledad u olvido de sí, el “amortecimiento”, el querer salir el alma del cuerpo, la naturaleza como arcadia en la que la flor es la sustanciación del amor, etc.).
Y así ocurre que, igual que simples alucinados, los místicos resultan sospechosos para la Iglesia (en la obra de Mayorga, Teresa es acusada por el Inquisidor de iluminista) porque, en el fondo, el éxtasis místico comparte cauces expresivos con los arrebatos de la lujuria. José Ortega y Gasset dice al respecto que “si todos los que han estudiado el misticismo han hecho notar la frecuencia de su vocabulario erótico, no han advertido el hecho complementario que da a aquél verdadera gravedad. Y es que, viceversa, el enamorado propende al uso de expresiones religiosas. Para Platón es una manía «divina», y todo enamorado llama divina a la amada, se siente a su vera «Como en el cielo». Este curioso canje léxico entre amor y misticismo hace sospechar alguna comunidad de raíz. Y, en efecto, el proceso místico es como mecanismo psicológico análogo al enamoramiento”. Por ello, y dado que en sus “Estudios sobre el amor”, de donde se han sacado estas citas, Ortega y Gasset trata de diferenciar el verdadero amor del enamoramiento y otras “pseudoformas” amorosas, no le resulta a nuestro filósofo grato, sino “fastidiosamente monótono”, el arrebato místico, y dice: “Tómese cualquier libro místico –de la India o de China, alejandrino o árabe, teutónico o español–, siempre se trata de una guía trascendente, de un itinerario de la mente hacia Dios. Y las estaciones y los vehículos son siempre los mismos, salvo diferencias externas y accidentales. La única diferencia, a veces importante, es ésta: algunos místicos han sido «además» grandes pensadores, y al hilo de su misticismo nos comunican una ideología, en ocasiones, genial. Así Plotino o el maestro Eckhart. Pero su «mística» propiamente tal es idéntica a la de los más vulgares extáticos. Comprendo perfectamente, y de paso comparto, la falta de simpatía que han mostrado siempre las Iglesias hacia los místicos, como si temiesen que las aventuras extáticas trajesen desprestigio sobre la religión. El extático es, más o menos, un frenético. Le falta mesura y claridad mental. Da a la relación con Dios un carácter orgiástico que repugna a la grave serenidad del verdadero sacerdote”. Pero el propio Ortega, al describir el «verdadero» sentimiento amoroso, cae en el mismo transfuguismo de términos erótico-religiosos: “Sí; enamorarse es un talento maravilloso que algunas criaturas poseen, como el don de hacer versos, como el espíritu de sacrificio, como la inspiración melódica, como la valentía personal, como el saber mandar. No se enamora cualquiera ni de cualquiera se enamora el capaz. El divino suceso se origina cuando se dan ciertas rigorosas condiciones en el sujeto y en el objeto. Muy pocos pueden ser amantes y muy pocos amados”.
La interpretación de Amancio Prada de los textos místicos desde la música, arte de percepción sensible donde las haya, no podía dejar de enfatizar los aspectos más sensuales del amor en la poesía de nuestros dos místicos poetas. Porque en la música están las dos caras de la moneda, la espiritual y la sensual, por esa doble capacidad que tiene este arte de elevar el espíritu y de distraer. De hecho, en tiempos de Santa Teresa hubo una notable controversia acerca de la idoneidad del canto en los conventos, que podía distraer del rezo. Desde el Concilio de Trento muchas voces de la Iglesia recomendaban no usar la polifonía, porque no permitía entender las palabras, y porque distraía a los hombres, que incluso se volvían emocionados hacia el coro, tratando de ver los rostros de las monjas cantoras. De ahí que la «música callada» de San Juan sólo se pueda percibir en el silencio, cuando se produce la unión mística con Dios: es la música que no se puede oír.
Pero la música tuvo también, en la época de los dos poetas santos, grandes defensores que no la consideraban motivo de alejamiento de la devoción, sino, por el contrario, vehículo de elevación del alma hacia Dios. Amancio Prada logra sintetizar las dos polémicas tesis de la época de Trento, la sensible y la callada, en su búsqueda de la “voz descalza” -clara alusión, por otra parte, a la orden carmelita descalza a la que pertenecían los dos poetas-, apenas la propia voz del músico, convertida en ocasiones casi en un susurro o un quejido, con el solo acompañamiento de la guitarra. Porque tanto la experiencia mística como la del auténtico amor, hacen surtir del alma unas mismas palabras, una sencilla melodía que pretende, despojada en lo más íntimo de adornos, desnudar el alma para así recorrer, con la humildad y el sigilo de unos pasos descalzos, la distancia que la separa de lo amado.
Sobre el autor:
Susana Diez de la Cortina Montemayor (Huesca, 1966) es filóloga, directora académica de AulaDiez (www.auladiez.com) y autora de numerosos libros de poesía y gramática española para extranjeros
Referencias bibliográficas de los autores y espectáculos citados:
-VV.AA. (2015): Santa Teresa o la llama permanente. De 1515 a 2015. Actas del Congreso Internacional del V Centenario. Madrid-Ávila, del 20 al 23 de octubre (edición en preparación).
-Albaicín, Joaquín (2015): “Hotel Samsara”, publicado en el nº 51 de la revista CVB, Madrid.
-San Juan de la Cruz: Poesía (Edición de Domingo Ynduráin). Editorial Cátedra, Madrid, 1988.
- Santa Teresa de Jesús: Obras Completas (9ª Edición). Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1997.
- Rafael Álvarez “El Brujo” (4-5 de febrero de2016). Teatro Calderón de Málaga: http://www.elbrujo.es/calendario/actuacion_teresa_o_el_sol_por_dentro_id01043.html
-Amancio Prada (13 de febrero de 2016). Teatro Olimpia de Huesca: http://lavozdescalzaamancioprada.blogspot.com.es/
-Ortega y Gasset, José (1939): Estudios sobre el amor. Alianza Editorial. Consultado en: http://cashflow88.com/Club_de_lectura_UTB/Ortega-Y-Gasset-Estudios_Sobre_El_Amor.pdf
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