Ahora que se ha pasado esto de las procesiones y otros temas de actualidad se han cruzado, me parece oportuno reflexionar sobre lo que he visto, oído y leído. Tengo la impresión de que este es el momento en el que más procesiones hay y más personas asisten o se ponen en la acera a mirar cómo pasan.
Son tiempos raros. De jóvenes sin prejuicios que gustan representar la parte de espectáculo que tienen los ritos religiosos tradicionales, pero sin la consecuente creencia. Lo hacen sin malicia, solo porque el espectáculo es fantástico. Ocurre con las bodas, con las comuniones y con otras celebraciones. Evidentemente no todos, los hay que son creyentes y consecuentes. Pero en las procesiones noto yo más afición al tambor y a romper la hora, que al sentido religioso.
Por eso me resulta un poco extraña la reacción de una parte de la sociedad, que tiene su gran pedazo de opinión publicada, empeñada en reafirmar la aconfesionalidad del Estado, de la laicidad, en multiplicarse en gestos y que empieza a desprender un tufillo anticlerical que no comparto.
Para lo malo y lo bueno, que también hay, formamos parte de la civilización judeocristiana, desde el calendario al sentido de la culpa y la penitencia. Si hubiéramos nacido en Vietnam o en Marruecos, formaríamos parte de otras civilizaciones, también sustentadas en la religión culturalmente dominante.
El día festivo es el domingo no por casualidad, contar los años desde el nacimiento de Cristo, no es una coincidencia, el año se estructura entorno a las fiestas religiosas y no digamos ya los momentos de la vida, del nacimiento a la muerte. Eso no tiene por qué ser así siempre, se puede, se debe y de hecho se están impulsando, ritos civiles no religiosos para estos momentos vitales, nacer, emparejarse, morirse, etc. Y no hablemos de esa funesta manía de sentirnos culpables de lo que hicieron nuestros antepasados, manifestación civil del sentido del pecado y la expiación de la culpa, tan cristiana.
Reivindicar y dar pasos efectivos para reducir hasta eliminar la carga religiosa de estos momentos es algo que se viene haciendo desde la democracia, aunque a algunos les parezca que nada se ha hecho (esa actitud engreída de pensar que el mundo empieza con uno mismo, cuando ya existía antes de que llegase), mucho se ha avanzado sobre la base del consenso social. Se avanza más con un paso consolidado que con un olímpico salto triple, que muchos no comparten y que puede revertirse tan fácilmente como se impulsó.
Recuperar aquella imagen de los siglos XIX y XX de que resulta más de izquierdas el más anticlerical es un flaco favor al avance del laicismo. Porque sume en el dilema a muchas personas que, gustando fundamentalmente de la parte de espectáculo que tiene el rito, si se les pone en el dilema, acaban asumiendo también su contenido entorno a las posiciones más reaccionarias del mismo.
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