Si hay algún atributo distintivo en una madre, es el de la limpieza. No hay limpieza mayor que la de su cariño. Con su amor limpian nuestras heridas y eliminan toda la suciedad que se nos va pegando, nos lavan la cara y la autoestima, nos quitan los churretes de los mofletes y del alma, nos enseñan a ser, también nosotros, limpios. Las más humildes suelen ser, por fuerza, las más limpias, porque además de a los suyos mantienen adecentados a muchos otros (se las llamaba y llama, por lo mismo, “señoras de la limpieza”). Habría que escribirlo con mayúsculas, Señoras de la Limpieza, madres de todo lo limpio. Así que hoy quiero dedicarle a mi madre, en especial, a las de ustedes que me leen, y a todas las que lo son, uno de los poemas de mi libro “Mutaciones”, de próxima aparición en Editorial Manuscritos, que lleva precisamente el título de “Limpieza”, y dice así:
LIMPIEZA
Con agua del arroyo
se la lavaba
la carita a su niño
muy de mañana,
la cigarra cantando,
la flor temprana,
las mejillas de rosa,
y el agua, clara.
Para Mariví Montemayor, madre de corazón limpio, poeta de versos puros, con amor infinito.
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