La endogamia y el incesto fueron solamente admitidos cuando su función era la de poblar la Tierra, como fue el caso de la pareja de sus primeros moradores, Adán y Eva, y las de sus descendientes inmediatos. Pero más allá de estas parejas míticas, a los personajes históricos que han pretendido perpetuarse en el poder a base de aparearse entre sí siempre se les ha contemplado con repugnancia; y sin embargo, a pesar de contravenir las más elementales leyes reproductivas de la naturaleza humana, de entre los múltiples posibles amores prohibidos, el incesto parece casi siempre el más “natural” a los poderosos.
Si preguntásemos a cualquier persona con un cargo de cierta autoridad o poder cuál es el principal motivo por el que se enorgullece de su actividad, casi seguro que respondería que su mayor satisfacción estriba en que representa un «servicio público». Del ‘servitium’ latino, es decir, ‘esclavitud, servidumbre’, al servicio como ‘mérito que se adquiere sirviendo al Estado o a otra entidad o persona’, median unas cuantas acepciones en el diccionario de la RAE, entre ellas las que equivalen a ‘retrete’, ‘conjunto de criados’, ‘cubiertos’ o ‘conjunto de utensilios que se usan para comer en la mesa’. Pero lo peor es que el tránsito entre el acto de servir a alguien y el de servirse de algo o de alguien es en la vida real más difuso que en las palabras, hasta el punto de que estamos ya acostumbrados a ver que, quien entró a servir a los ciudadanos, acaba haciéndose servir por estos todo tipo de privilegios y prebendas en bandeja de plata. Y de esta expresión, la de «servir en bandeja de plata», no hemos encontrado la etimología o la historia exacta de su origen, pero suponemos que pueda ser bíblico. No de otro modo que en bandeja de plata pidió como premio a Herodes la hija de Herodías, victoriosa tras un lascivo baile, que le sirviera la cabeza de San Juan Bautista, en venganza por haber el santo varón expresado abiertamente en multitud de ocasiones su desaprobación por las uniones incestuosas y las relaciones de consanguinidad de su familia, que se remontaban a varias generaciones.
El ambiente de depravación moral de la corte de Herodes ha sido explotado por numerosos artistas a través de los siglos, y el interés que suscita se mantiene vivo en nuestros días. Por poner un ejemplo de su actualidad, de entre los miles de dibujos de autores españoles que se guardan en la Galería de los Uffizi en Florencia, la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando i ha seleccionado 129 para su exposición temporal en Madrid, y de ellos uno es un estudio de Castillo y Saavedra que reproduce el momento en que el ejecutor del Bautista va a posar su cabeza, recién cortada, en la bandeja de plata que sostiene con gesto de horror una niña; en el cuadro destaca, en primer plano, el cuerpo caído del bautista decapitado, de cuyo cuello amputado mana directamente hacia el espectador un potente chorro de sangre, se diría que con la intención de realzar lo macabro de los hechos, pero también de provocar en quien lo ve una repugnancia no sólo moral, sino casi física: la visión de la escena produce en el espectador la reacción instintiva de echarse hacia atrás para no ser salpicado por la sangre inocente e injustamente derramada.
No he dejado de ver cómo la revitalización de la historia bíblica produce un efecto parecido en nuestros días; tal efecto está presente, sin ir más lejos, en las reacciones suscitadas por la reciente puesta en escena de la obra de Wilde “Salomé”, sobre la que el escritor Joaquín Albaicínii escribió no hace mucho uno de sus magníficos artículos enfatizando cierto aspecto místico de redención; o en el comentario de hace apenas unos días de otro escritor, Guillermo Arróniziii, acerca del componente homosexual del relato y los comentarios de Terenci Moix sobre una cierta “erotización de lo sagrado” en Wilde; o en la serie fotográfica que el fotógrafo Qviron Lethebain dedica a este asunto bajo el título de “La Corte de Herodes”iv… Porque lo cierto es que, hoy como ayer, ningún amor prohibido es censurado de modo universal salvo, quizás, el incesto. Y ello no sólo en los libros sagrados y por razones morales, con casos tan notorios como el de Tamar y Amnónv, sino entre los mismísimos científicos: el propio Darwinvi no se libró de que a la consanguinidad se le achacasen las debilidades de su abundante prole, y él mismo admitió que muchas deformidades físicas y mentales de la especie son consecuencia del incesto.
Ni siquiera la ficción literaria, tan permisiva a veces con la aberración, ha dejado de denostar el incesto ni de utilizarlo con valor ejemplarizante. Piensen, sin ir más lejos, en “Cien años de soledad”vii; o incluso, de entre nuestros novelistas más recientes, me viene ahora a la memoria una dantesca escena de la última novela de Robledo en la que, el incesto al que se incita, para probar su incondicional adhesión a la causa del mal, a un cargo responsable de crear corrientes de opinión y definido como “la conciencia de la ciudad”, es equiparado, como aberración moral, con la cláusula suelo o el desahucio: “¿te parece más difícil desvirgar a tu hija que dejar sin casa a diecinueve familias? Ya verás como no”viii.
De todas las formas humanas de incesto, la que se teje en los entresijos del poder es a la que, por desgracia, estamos más habituados; la endogamia parece ser en todas partes el elemento constitutivo imprescindible en las familias monárquicas, las dinastías de los regímenes totalitarios, e incluso entre clanes políticos “hermanos” a la hora de establecer sus pactos. El poder suele “barrer para casa” y tratar de que “todo quede en familia”, y es entre quienes lo detentan donde, curiosamente, menos aberrantes o repulsivos o prohibidos resultan los amores incestuosos. Debe de ser porque el problema para los de su estirpe, claro, no es tanto el de no volver a salir elegidos, sino el de que los siguientes en ocupar el poder pidan, victoriosos por el derecho que dan la herencia o las urnas, que les sea servida su cabeza en bandeja de plata.
Y es que muchos le tienen un enfermizo apego a los objetos de servicio, en particular a esa bandeja de plata en la que esperan recibir, llegado el día de su victoriosa venganza, la cabeza de su adversario, o de quien en su momento simplemente expresó críticas o reparos a su modo de actuar, como Juan el Bautista hacia la incestuosa unión de Herodes Antipas con la mujer de su hermano, Herodías, y la hija de ésta. Como Juan bien sabía, porque siempre fue apoyado por él, para el pueblo -la ciudadanía, que diríamos ahora- nunca ha estado bien visto el incesto, ni en lo público ni en lo privado. Me congratulo, pues, de ver por todas partes entre mis coetáneos ese renovado interés por el relato bíblico, a ver si van tomando nota de su ejemplaridad aquellos que pretenden gobernarnos…
i Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando. Exposición I segni nel tempo. Dibujos españoles de los Uffizi. Nos referimos en concreto al estudio de Antonio del Castillo y Saavedra (Córdoba, 1616-1668) titulado “Salomé recibe la cabeza de San Juan Bautista (hacia 1660-5). Pluma de caña con tinta parda sobre papel verjurado. Gallerie degli Uffizi, GDS-1715E.
ii Albaicín, Joaquín: La Victoria de “Salomé”. Artículo publicado en Cultura Transversal el 8 de marzo de 2016. En su artículo, Albaicín ofrece una interesante y original explicación de la obra de Wilde: “en mi opinión, el sentido que prevalece es el de la catarsis propiciadora de una suerte de palingenesia que hermana a víctima y verdugo en un plano espiritual superior al que se accede mediante un lanzamiento al vacío, de modo que el velo de la danza de Salomé se convierte en el manto de Elías. Y es que, como clama la protagonista al besar como si de su viático sagrado se tratara la cabeza del profeta depositada sobre la bandeja: “El misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte”…”. El artículo completo puede leerse aquí: https://culturatransversal.wordpress.com/2016/03/08/la-victoria-de-salome/#more-3725
iii Guillermo Arróniz cita textualmente en un escrito del 30 de mayo de 2016 a Terenci Moix: «Sería necesario tocar otro punto más importante -e igualmente escandaloso-, que concierne estrechamente a una cierta ortodoxia sexualidad, que SALOMÉ pone en crisis y llega incluso a maltratar. Me refiero a la moda -en Francia o en los países anglosajones- de hacer que la heroína de Oscar Wilde sea representada por apuestos jovencitos, desnudos y ambiguos, lo cual no ha de parecernos gratuito, si pensamos en los mensajes «escondidos» que subyacen en la pasión de la princesa de Judaísmo por el santo desnudo […] Digamos que aquella tendencia actual de presentar a Salomé interpretada por un muchacho (es decir, recorrer el mito del travestí en su aspecto más ambiguo y, generalmente, con la estética de una «stravaganza» de «music-hall»), no haría sino reivindicar aquellas obsesiones a la luz de la permisividad moderna. Y restituir, plásticamente, el fondo homosexual que en aquella época no pudo ser expresado con franqueza (a no ser en los ya citados dibujos de Beardsley) […] La originalidad suprema de la SALOMÉ de Oscar Wilde, a un nivel de confesión pero, también, de provocación, quedaría resumida inicialmente en su voluntad desacralizadora, o, más exactamente, en su erotización de lo sagrado». De “Salomé, de Oscar Wilde”. Colección Voz e Imagen, 26. Con un texto de Terenci Moix.
iv La serie fotográfica La Corte de Herodes de Qviron Lethebain se expondrá en la Librería del Centro de Arte Moderno (Madrid) el mes de junio. Puede verse la serie completa aquí: www.qvironlethebain.com
v La vitalidad del relato de Tamar y Amnón se observa, por ejemplo, en la pervivencia de la historia en la literatura oral de tipo tradicional, ya que aparece en multitud de romances. Véase, a este respecto, el estudio de Manuel Alvar titulado: El Romancero. Tradicionalidad y pervivencia. Barcelona, editorial Planeta, 1970.
vi Charles Darwin se casó con su prima hermana Emma Wedgwood, y tuvieron una numerosa descendencia cuyas múltiples enfermedades fueron atribuidas al considerable nivel de consanguinidad del matrimonio.
vii En la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad el incesto abre y concluye el relato; José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán se casaron bajo el presagio de que, por su parentesco, su descendencia podía tener cola de cerdo, lo que finalmente se cumple con el nacimiento del último vástago de la familia, también fruto del incesto, que supone el final de la estirpe de los Buendía, «porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
viii Robledo, Iván: Cinco días para matar al papa. Editorial Amarante, 2013: https://editorialamarante.es/libros/novela-negra/cinco-dias-para-matar-al-papa El demonio que en la novela de Robledo campa por Santiago es un personaje ficticio y alegórico cuya función principal es la de, a medida que va captando voluntades, poner de manifiesto quiénes son los verdaderos y nada ficticios demonios de nuestra sociedad: por la novela van desfilando desde un delirante cura fanático asistido por un violador pederasta hasta los más altos cargos públicos y privados a los que no nos sería difícil encontrar referentes reales.
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