En el año 1963, tal como recoge el Nodo, tuvo lugar en la ciudad de Córdoba la celebración del Festival de Poesía Árabe, al que acudieron expertos de todo el mundo, en el Alcázar de los Reyes Cristianos, y para que quedase eterna memoria de un evento lleno de tan sutiles contrastes, se levantó, en la Puerta de Sevilla, la estatua de bronce del poeta andalusí Ibn Hazm, cuya obra universal, El collar de la paloma, acaba de cumplir nada menos que un milenio el pasado mes de julio, en que finalizó el año de la hégira de su creación por el poeta muladí (condición esta, la de muladí[i], enfatizada convenientemente por el antedicho programa del franquismo[ii], que sin el menor empacho caracteriza al sabio musulmán como “de origen cristiano”)[iii].
Parecería que la literatura escrita en otras lenguas distintas a la castellana (latín o árabe, por citar solo un par de las muchas que en la península se hablaron y se hablan) no es literatura española, y todavía hay quien se cuestiona si la literatura andalusí debería considerarse o no de ese modo. Pero en caso de responder afirmativamente, habría que convenir con el historiador y escritor Daniel Valdivieso en que “la enseñanza de la literatura española debería empezar con El collar de la paloma”[iv], entre otras obras insignes. Consiste en un tratado en prosa sobre el amor, de influencia platónica[v], con numerosos poemas intercalados como ejemplos, pero que comienza de forma epistolar, como se constata en el prólogo dirigido a un amigo:
“Tu carta me llegó desde la ciudad de Almería a mi casa de la corte de Játiva y me trajo noticias de tu buena salud, que no poco me alegraron. Alabé a Dios Honrado y Poderoso por ella y le pedí que te la conservase y acreciese”.
El género epistolar está en la base de los primeros ensayos literarios, por lo que es justo enfatizar que la invención del correo, además de servir a las comunicaciones, tuvo una enorme influencia cultural y literaria. Según cuenta Jenofonte en La Ciropedia, fue Ciro II el Grande el creador del primer sistema de correos organizado de la historia, en el siglo VI a.C. Heródoto cuenta, por su parte, que entre las orillas del Egeo y la corte en Susa había ciento cinco casas de postas, es decir, lugares donde se apostaban las caballerías, a una distancia de un día de camino una de otra. De ese modo se aseguraba que los correos al servicio del gobierno, hombres a caballo que pasaban por los distintos puestos o postas para recoger los escritos, pudiesen hacerlos llegar a sus destinos en otras ciudades con rapidez.
Hay más evidencias del origen persa del invento. Según noticia de ABC del 28 de agosto de 2019, en el yacimiento turco de Oluz se ha encontrado lo que probablemente fuera un templo de fuego del zoroastrismo: “Se ha descubierto durante las excavaciones una monumental carretera que lleva a un santuario, el cual está conectado con un salón repleto de pilares”, señaló S. Dönmez, jefe de las investigaciones; se cree que tal salón pudo ser una oficina postal. “Los persas fueron la primera civilización que trajo el sistema postal a Anatolia”, explica. “Tuvieron un imperio que abarcaba grandes zonas, desde Grecia hasta Asia Central y Egipto. Todo ello administrado por gobernadores. Estos tenían que asegurarse de que las noticias que enviaban desde la capital a la periferia eran correctas. Para ello, establecieron diversos sistemas de carreteras dentro de su frontera”. El hallazgo, además, indicaría que el monoteísmo zoroástrico habría desplazado en la península de Anatolia al politeísmo griego.
Antes de ser de uso público, el correo estaba al servicio de los gobernantes. En nuestro país, fueron los Reyes Católicos los que crearon el oficio de Maestro Mayor de Hostes y Postas, y ya en el XVI se generalizan los correos y postas regladas en diligencia en la mayor parte de Europa. Pero, pese a ser un invento destinado a la mejor organización de los imperios, su uso privado dio como resultado obras de tan rica belleza como la que hoy comentamos del escritor cordobés Ibn Hazm.
El amor, deliciosa dolencia, es para Hazm un asunto de las almas, según dice, refiriéndose a Platón como “cierto filósofo” al que conoce bien, aunque no de primera mano:
“Difieren entre sí las gentes sobre la naturaleza del amor y hablan y no acaban sobre ella. Mi parecer es que consiste en la unión entre partes de almas que, en este mundo creado, andan divididas, en relación de cómo primero eran en su elevada esencia; pero no en el sentido en que lo afirma Muhammad Ibn Dawüd (¡Dios se apiade de él!) cuando, respaldándose en la opinión de cierto filósofo, dice que «son las almas esferas partidas», sino en el sentido de la mutua relación que sus potencias tuvieron en la morada de su altísimo mundo y de la vecindad que ahora tienen en la forma de su actual composición”[vi].
El verdadero amor es una atracción irresistible que arraiga en el alma y sólo puede desaparecer con la muerte. Sus causas no se encuentran solamente en la belleza corporal, sino en “algo que radica en la esencia del alma. Una vez más se comprueba la influencia platónica”, comenta Nebot Calpe.
Deliciosa es la enumeración de las señales que en los enamorados son indicio de amor: la insistencia en la mirada, la inquietud, la pérdida del apetito, el deseo de soledad, los suspiros y el llanto… “También el insomnio es otro de los incordios o accidentes que sufren los amantes. Añade que los poetas han tratado con frecuencia estos estados y suelen decir de los enamorados insomnes, que son «apacentadores de estrellas»”, escribe Nebot Calpe, quien menciona además, como signo de amor para Hazm, la discreción del silencio: “Por último, añade otra señal de amor: que el amante refrene su lengua y niegue estar enamorado cuando se lo preguntan, ingeniándoselas para mostrar indiferencia. Sin embargo, pese al deseo de ocultar los sentimientos, el amor y el fuego de la pasión ardiente se manifiestan en los ademanes y en la mirada. Expone con relación a ello abundantes ejemplos y reprueba que el enamorado actúe de esta forma, porque el amor es cosa natural y no se halla vedado por el Altísimo. No obstante, acepta el encubrimiento cuando se trata de salvaguardar al amado, ya que constituye manifestación de lealtad”.
Son varias las formas en que los amantes se enamoran, según Hazm; la principal, la mirada, pero también es posible enamorarse de oídas, sin conocer a la persona, o incluso en sueños, cosa poco frecuente y desaconsejable, pues “este caso es de sugestión anímica o de pesadilla y entra dentro de los deseos reprimidos y de las fantasías de pensamiento”, refiere Nebot Calpe.
Los enamorados se declaran su amor con los ojos y con las palabras, recitando poemas o bien frases alusivas y ambiguas, y una vez logrado el concierto verbalmente y la mutua aceptación amorosa, cómo no, se escriben cartas:
“Si las cosas van bien y los amantes continúan sus relaciones, además de todo lo mencionado, se escriben cartas para así expresar su amor. Comenta Ibn Hazm que ha visto enamorados que se daban prisa en romper a pedazos las cartas, una vez leídas, o en desleír la tinta con agua, o en borrar su escritura porque con frecuencia lo que dicen compromete y origina desgracias. A tal fin, escribe un poema. Trata también sobre el placer que siente el amante al saber que la carta le ha llegado al amado, y sobre el gozo cuando recibe una respuesta, que suple al encuentro entre ambos. Por ello, el enamorado suele ponerse la carta entre los ojos o sobre el corazón y la estrecha efusivamente. El autor censura y considera depravado a aquel que se pone la carta de la amada sobre su miembro viril. Añade datos bastante curiosos, sobre todo, para nuestra época y mentalidad. Se trata de que el amante mezcle la tinta con lágrimas, o, también, que se abra una pequeña herida para que brote la sangre y escribir la carta con ella. Comenta que cuando vio una misiva escrita con sangre, ya seca, le pareció lacre”.[vii]
Mil años han pasado y, sin embargo, parece que fue ayer cuando nos enamoraba el alma asomada a unos ojos, nos declarábamos el amor recitando poemas y, en las noches de insomnio, nos escribíamos cartas, como cuenta Ibn Hazm en El collar de la paloma que han de hacer aquellos que, por haber sido agraciados con la posibilidad de sentir un amor verdadero, imantados por una fuerza irresistible, entre versos y misivas, apacientan estrellas.
[i] Cfr. DRAE: muladí Del ár. hisp. muwalladín, pl. de *muwállad, y este del ár. clás. muwallad ‘engendrado de madre no árabe’.
1. adj. Dicho de un cristiano: Que, durante la dominación de los árabes en España, se convertía al islamismo y vivía entre los musulmanes. U. t. c. s.
[ii] Véase: https://www.youtube.com/watch?v=oXyxTPjbYaE
[iii] Cfr. Emilio García Gómez, quien “opina que este libro, además de aristocrático por sus personajes y estilo, es arabizante y en él no se muestra ninguna curiosidad por la vida mozárabe, o muladí, o simplemente popular, ni se desliza ninguna palabra romance, aunque sí aparece algún hispanismo”, según cita Nebot Calpe (vid. op. cit. infra).
[iv] Las citas del Daniel Valdivieso, autor de La Córdoba de Ibn Hazm, se han tomado de un artículo de Juan Velasco publicado en elDiario.es del 6 de noviembre de 2022.
[v] “Para explicar la naturaleza del amor recurre a las ideas platónicas de «El Banquete». No lo hace directamente sino a través de escritores musulmanes”, según indica Natividad Nebot Calpe en “El collar de la paloma, libro del siglo XI sobre el amor hispano-árabe” ( Actas XXXVII AEPE).
[vi] Nebot Calpe, op. cit., dice: “Para el autor, el amor auténtico es una elección espiritual y algo así como la fusión de las almas, concepto también platónico del amor. Añade que se podría replicar a ello, y halla razonable la objeción de que al ocurrir las cosas de tal modo, el amor debería ser el mismo en el amante que en el amado, al suponer que los dos son partes que en otro lugar estuvieron unidas. Por otra parte, explica la desafección del amor e indica su causa u origen. La achaca a que el alma se encuentra rodeada de algunos obstáculos concernientes a la naturaleza terrena, que dificultan la unión tal como ésta se desarrolló con anterioridad, en aquel otro mundo fuera de nuestro planeta. En cambio, ocurre también que el alma del amante se siente libre, y al saber donde se halla la otra alma con quien estuvo unida, va tras ella, desea alcanzarla y la atrae cuanto le es posible, del mismo modo que el hierro atrae a la piedra imán”.
[vii] Nebot Calpe, op. cit.
Leave a Reply