Desde el pasado marzo, en que me inicié como cronista del coronavirus, he pedido reiteradamente que dejen hacer a los verdaderos expertos, los que entienden de epidemias, y que los políticos se queden en su casa. Pero no hay opción. Los políticos no van a dejar de sacarle partido a una situación tan mollar para sus propios intereses. La salud pública puede esperar a mejores vientos. Y henos aquí repitiendo la historia con otro estado de alarma, vulgo dictadura, porque llegó la “segunda oleada”.
Esto de las “oleadas” suena raro. Parece que el virus vino a pasar la Semana Santa y la Feria, tan españolas, y como le gustó ha decidido volver para Halloween, esa fiesta foránea que nos impuso la cultura dominante. Y no. El virus no vino de vacaciones, sino a instalarse, y hay que convivir con él. Y el zulo, lo único que se les ocurre a los cerebros hasta que llegue el milagro (vacuna), a los donnadies nos parece una solución discutible.
Recientemente oí a un ilustre político afirmar que “es de cajón que limitar la movilidad restringe al virus”. Inexacto. Podrá restringir el contagio pero el virus sigue ahí. Como una marea. Las olas varían, a veces encrespadas y a veces mansas, pero la marea permanece. Por eso toda la esperanza se ha concentrado en el milagro (vacuna), para el que cada día se pone una fecha. A bulto, porque nadie sabe a ciencia cierta cuándo llegará. Y el precio del zulo nos sigue sin gustar (a los donnadies).
Un donnadie, Jayanta Bhattacharya, profesor de Salud Pública en la Universidad de Stanford, no acaba de entender qué se resuelve con una medida como el confinamiento que no contribuye en nada a erradicar la enfermedad. No entiende que nos revisen todos los días el número de infectados (que es imposible de determinar con mediana precisión) en vez de fijarse en el de fallecidos. Y alerta sobre el efecto especialmente nocivo que el confinamiento produciría en los niños, sin presencia de un maestro, sin socialización, con daños en el desarrollo cognitivo y psicológico, y, en casos límite, con deficiencias en la nutrición y el ejercicio necesarios. Pero, tranquilos, ya se ocupan los cerebros en sacar una nueva ley de enseñanza que promueva la ignorancia y la mediocridad para que esta nueva generación acabe en el saco de los desechos laborales y en la cola de subsidios, donde el tirano los encuentre dóciles y agradecidos al pan de su conduttore.
Otro donnadie, Angus Deaton, Profesor de Economía de la Universidad de Princenton, Premio Nobel, comparte similares reticencias y rechaza de plano la falsa dicotomía que la propaganda tendenciosa y los medios serviles al poder vienen estableciendo entre economía y salud. No hay salud sin prosperidad y viceversa. El escape por el miedo, cuando se escapa de la muerte para caer en la pobreza, no lleva a nada mejor. Los grandes avances en los últimos veinte años del tratamiento de cáncer o de cardiopatías se han producido en sociedades prósperas. Pero, tranquilos, que los cerebros ya han descubierto la mejor fórmula (política) con el tratamiento del covid. El cáncer y las cardiopatías, entre otros, han dejado de existir. No hay consultas, no hay quirófanos, no hay pruebas diagnósticas. Así que las enfermedades no-covid han dejado de existir. Claro que lo que no consiguen explicar es por qué esos no-covid han sido abandonados a su suerte en el camino de la maldita lista, ni por qué nuevos focos de propagación, como los temporeros, han dejado huella letal en Andalucía, Aragón, Cataluña interior, Murcia… por haber sido recibos en condiciones infrahumanas y con gran sorpresa por parte de las cautelosas autoridades, después de haberlos calificado de “esperables”.
He citado dos nombres conocidos a modo de ejemplo, pero, si quieren encontrar quien comparta su postura, busquen y no tendrán que buscar demasiado. Hay muchos. Y si quieren encontrar quien mantenga las contrarias, también los hay. Menos si se excluyen todos los utilizadores de ventaja que la política trae, pero los hay. Olas que van y vuelven en un clima de desconcierto y de desaliento por no ver el final. Olas de marea. Crecen el día que el temporal arrecia y se aplanan con la calma chicha. Pero la marea, ésa viene todos los días.
Hasta que llegue el milagro. Si llega.
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