Orillena ha rememorado su fundación como pueblo de colonización. Fue hace 50 años y por tal motivo ha congregado en una emotiva jornada a más de 500 personas que han participado en el programa de actos, el central ha sido el descubrimiento de un monolito alusivo a ese medio siglo de vida.
Cuando se cumplen 50 años de la fundación del pueblo de colonización de Orillena, el Presidente de la Diputación Provincial de Huesca, Miguel Gracia, ha querido compartir con los vecinos esta jornada festiva durante la que ha descubierto un monumento a los colonos, acompañado de Carmen Soto, alcaldesa pedánea, y Armando Borraz, el del municipio de Lanaja al que pertenece, y bajo la atenta mirada de los cientos de asistentes, entre los que se encontraban las familias con las que en 1966 comenzaba a escribirse la historia de esta población monegrina.
Esta celebración tiene lugar mientras Orillena, como tantos pueblos de la provincia altoaragonesa, luchan por seguir vivos y, en este caso, también por mantener abierta la escuela a la que ahora acuden cada día 5 niños. Ante esta perspectiva, Miguel Gracia ha demandado este sábado “un esfuerzo por mantener los pueblos”, dirigiéndose especialmente al Gobierno Central y a Bruselas porque “solo así podemos ir frenando lo que ahora se está denominando la España vacía”, ha recalcado el Presidente de la DPH.
“Cuando vemos el esfuerzo que se hizo con estas obras de regulación o el desarraigo de la población de unos sitios para instalarse aquí con grandes inversiones, hoy el medio rural también necesita esa discriminación positiva”, ha dicho el máximo responsable provincial, entre las que ha incidido en la reducción de impuestos y en las necesarias comunicaciones tanto de Internet como de telefonía móvil “para que quien resida en un pueblo tenga las mismas posibilidades de trabajar en este mundo global”. En este sentido, Gracia ha manifestado que los ayuntamientos y la Diputación Provincial están haciendo lo que está en su mano para mantener servicios en las mejores condiciones como accesos y servicios públicos “para que la gente puedan seguir quedándose allá donde quiera”.
El Presidente de la Diputación Provincial animaba este mediodía a los más de 200 vecinos con los que ahora cuenta Cantalobos a “seguir luchando y trabajando en el medio rural” porque “hay que hacer pueblo día a día”. Miguel Gracia ha ensalzado la lucha y el tesón en ese momento para asegurar el futuro de sus hijos, con una política de repoblación a costa de otras zonas que quedaron mermadas y, sobre todo, por lo que supuso para ellos “adaptarse a una situación compleja, donde todo estaba por hacer y que les obligó a aprender a cohesionarse”.
Ese esfuerzo de entonces ha ayudado a hacer comunidad en el presente también, algo que hoy destacaba la alcaldesa pedánea, Carmen Soto, quien se refería a las “asociaciones y gente que trabajan siempre por los demás y que lo que quieren es que en su pueblo haya actividad”. A este respecto, para Armando Borraz, “muchos pueblos nos están dando un ejemplo, hay menos gente y hay que unirse si quieres seguir adelante”, comentaba. Ambos han agradecido la colaboración de los vecinos para esta conmemoración, especialmente de la asociación El Rosal. Junto a ellos ha estado el obispo de Huesca, Julián Ruiz, el resto de la corporación municipal, la diputada regional Margarita Périz, alcaldes de vecinos pueblos de colonización y el autor del monolito, el escultor Pedro Anía.
Los primeros en llegar fueron las familias Sanmartín y Rami, desde la zona de Castejón de Sos ya en junio de 1915, un año después lo harían el resto. Vinieron muchas familias que, por distintos planes de repoblación forestal, reducción de pastos para el ganado, por expropiaciones a causa de obras hidráulicas o por haberse terminado los trabajos de transformación de algunas zonas, se vieron abocados a la emigración de estos pueblos.
Jornada de emoción y de los duros inicios
De forma pareja a la ley de grandes regadíos, se produjo el fenómeno de la colonización en zonas estepareas o con déficits poblacionales con la que en España se crearon más de 300 nuevas poblaciones y 32 en Aragón. Se trata de un hecho de gran importancia económica, territorial y sociológica, que tiene el único centro de España dedicado a analizar y estudiar la colonización cerca de esta población, en Sodeto.
Orillena es uno de los quince pueblos de colonización que se crearon en la provincia de Huesca, y al que llegaron familias que procedían sobre todo del Pirineo altoaragonés, pero también de Zaragoza, Teruel, Cataluña, Extremadura o de otras localidades monegrinas. El pueblo toma el nombre de la partida conocida como “Monte Orillena” y, aunque era un asentamiento de planificación nueva, recibió la herencia del pasado, pues hubo otro Orillena que aparece mencionado ya en 1.104, en el Castulario de Montearagón, con motivo de la concordia realizada por el Obispo de Huesca y el abad del Monasterio de Sigena.
En 1991 ya celebraron con otra fiesta el cuarto de siglo de historia y hoy también han repasado otros momentos importantes en este pueblo como en 1975 cuando el IRYDA compró Casa Colorada, lo que posibilitó aumentar la superficie cultivable para los agricultores que hasta entonces era de 10 hectáreas o hace mucho menos, en 1997, cuando se otorgaron las escrituras de propiedad de los agricultores, 31 años después y con bastante retraso respecto a las condiciones iniciales por recursos interpuestos. Durante el día de hoy ha cundido la emoción y el recordar vivencias pasadas como el hecho de que los cimientos del pueblo se realizaran a pico y pala, al no existir excavadoras, El arquitecto fue José Borobio.
En los planos del pueblo se puede observar cómo había tres tipos de casas a lo largo de cada calle: las A, que eran las más pequeñas para familias hasta dos hijos y que se distinguían por su gran porche a la entrada, las B o medianas con cuatro habitaciones y las C que eran las más grandes con un porche de piedra picada. Había también otras para obreros contratados por familias colonas que eran más pequeñas. Las viviendas se construyeron todas en piedra: 90 para agricultores, 20 para obreros, ganaderos, tractoristas y 7 para funcionarios, entre los que se encontraba el maestro, médico o el curo. También hoy se acordaban del principio, con casas que no tenían baño y los hicieron a partir de 1971.
Los requisitos para ser concesionario agrícola de un lote y tierra consistían en ser hombre y acreditar práctica agrícola reciente, mayor de 23 años o licenciado del ejército y menor de 50. Tenía que estar casado o en vísperas, o viudo con hijos e incorporarse a vivir en el año 1966. La adjudicación entre quienes cumplían estas premisas fue por sorteo.
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