Los ciudadanos británicos han votado por la salida de la Unión Europea, en contra de lo esperado por las encuestas, los expertos y las cabeceras de opinión de esta última semana.
Se van tras el resultado de un referéndum que no es vinculante, que no obliga legalmente ni al Gobierno, ni a las Cámaras. Es más, que en este momento (por qué los intereses de los parlamentarios también son volátiles) no apoyan ni la mayoría de la Cámara de los Comunes, ni que les digo de la Cámara de los Lores.
El Presidente en funciones, Cameron, que ha pedido una prórroga hasta octubre, hasta la celebración del congreso del Partido Conservador, hizo de su promesa de consulta el estandarte para ganar las elecciones en 2015. Intentando también resolver la división sobre la UE existente dentro de su partido y contentar al electorado conservador anti europeísta. Todo muy volcado al interés general de su país, como ven, y muy preocupado por los equilibrios internacionales.
El procedimiento ahora es activar el artículo 50 del Tratado Europeo, que abre un plazo de dos años (prorrogable a petición de las dos partes) para negociar la salida. Pero ya el Presidente del Parlamento Europeo, Schulz y Juncker, Presidente de la Comisión, han pedido que el proceso para la salida del Reino Unido tiene que iniciarse inmediatamente. Una respuesta contundente, para intentar frenar las reacciones de los ultraderechistas franceses, los ultraconservadores holandeses o el populismo italiano.
El resultado del Brexit, reincide en dos evidencias de la política occidental, la ruptura entre las élites de los partidos políticos y sindicatos con la ciudadanía y la brecha generacional entre los jóvenes y la población más envejecida. Me resulta inquietantes algunos análisis post electorales que aprovechan para descalificar la esencia de la democracia. Los ciudadanos tienen derecho a elegir su destino, independientemente de su formación cultural, clase social o procedencia geográfica. Cada uno de nosotros votamos, como aportaba Arrow en su teorema de la imposibilidad, desde una racionalidad individual, y su suma no es siempre la colectiva. De ahí el no en Gibraltar, Londres, Escocia e Irlanda.
La responsabilidad del resultado, es el de una clase política más preocupada por el destino de su partido, de su incapacidad para resolver los problemas más acuciantes en su país, la crisis económica, el nacionalismo y la xenofobia. La ausencia de respuestas políticas ante la globalización económica está produciendo los mismos estragos en todo Occidente, los de Oriente son todavía peores.
No es la primera vez que se dice no al proceso de integración europea, el referéndum francés y holandés de 2005 paralizó la aprobación de la Constitución Europea, y suspendieron el resto de consultas previstas. Y es que la formulación de un proceso plebiscitario es una herramienta de alta política, que necesita de una gran campaña de organización, de seducción, de información y de gestión de las emociones colectivas. Y un mínimo refuerzo regulador como la exigencia de una participación mínima del 50% del censo y/o un resultado afirmativo de al menos el 55% del voto válido.
Los británicos se quieren ir de la Unión Europa, en la que nunca llegaron a estar del todo, y cuentan con el apoyo inestimable de Donald Trump. Y nos dejan dos lecciones la inacción en la dirección política y el traspaso el problema en bruto a la ciudadanía para no desgastarte tú en la gestión de los problemas trae estos resultados. Y la segunda, el voto rural y envejecido existe. Nos vemos el 27J.
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