A grandes rasgos existen tres áreas con motores económicos diferenciados en la provincia de Huesca. En la zona llana se combinan la agricultura y la ganadería intensivas con la agroindustria. En la zona del Pirineo predomina el turismo y la ganadería escasea. En ambos casos, con presencias industriales muy localizadas. Los somontanos (del Pirineo y del Prepirineo) no tienen ni la potencia del turismo de montaña (nieve y naturaleza) ni la de los regadíos. Todo esto grosso modo, porque existen excepciones y no pretendo aportar una descripción fina de la distribución territorial de la economía provincial.
Estos espacios, los somontanos, han necesitado más que ningún otro reinventarse, mirar su paisaje y sus recursos de otra manera para poder sacar adelante otras economías: la del vino, pasando de una producción casi de autoconsumo a una industrial; la del aceite, ahora revalorado y recuperado; las hortalizas, o los productos de artesanía alimentaria, tan tradicionales como desconocidos.
Las trufas son otro episodio más. Un producto que se recolectaba a escondidas, y se vendía también a escondidas, con las plantaciones ha empezado a abrirse paso como un ingreso complementario que puede asegurar la permanencia de jóvenes en estos pueblos, desde Ribagorza a la Canal de Berdún.
Muchas mentes y manos han tenido que movilizarse en la misma dirección para que este hongo subterráneo pasase, de ser buscado y encontrado en el monte, a ser cultivado, vendido y llevado a las cartas de los restaurantes. Investigadores y visionarios que creían con fe en su cultivo tuvieron que recibir el impulso de políticos que están convencidos de que vivir en los pueblos es bueno y necesario, y de que para vivir hace falta poder ganarse la vida: un poco de aquí, otro de allí, de forma que al final del año reúnas un sueldo.
Esta periferia de la economía, tan minúscula pero tan importante para quienes viven ahí y aspiran a seguir viviendo, escasamente entra en los objetivos de las grandes líneas del desarrollo rural, que comparto: la modernización de los regadíos para que sean más eficientes, la reforma de las estructuras de las explotaciones agrarias, la industria transformadora de los productos agrarios, la comercialización y la protección medioambiental, entre otras.
Estas actividades, como la truficultura, las han tenido que impulsar entidades políticas y administraciones próximas, cercanas al medio rural y a las personas que lo habitan. En Teruel como en Huesca, han tenido que ocuparse de este tema las diputaciones provinciales, que si han sabido ver la oportunidad de algo tan pequeño ha sido porque estaban muy cerca. Y eso tiene su valor.
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