“El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía: -En cualquier parte puedo morirme de hambre. Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. «¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella.» B. Brecht
Pues unos tíos se van a hacer mil kilómetros para animar a su equipo a ganar el trofeo que se llama Copa del Rey, un título abreviado pues en realidad es: la Copa del Rey (de España). Estos señores y señoras, desean ganar esa copa que dirime el mejor equipo del país (llamado España). Irán al partido muchos de ellos con banderas independentistas, es decir, llevarán una bandera con la que se significan, están diciendo: “ese Rey que da la copa no es mi Rey, este país que donde se juega la copa no es el mío”, con esa bandera, de un país que no quiere ser España, animarán a sus jugadores extranjeros (la mayoría no son ni Españoles ni catalanes) a ganar la copa de España. El asunto es complejo en sí mismo. Y paradójico. Ahora parece ser que una delegada del gobierno (para otro día queda esta paradoja: ¿Qué hace una delegada del gobierno en Madrid? Pensaba que el gobierno nombra delegados en territorios lejanísimos donde no llegan sus brazos. Pues en Madrid está el Gobierno, hay un gobierno autonómico y una delegada del gobierno). Pues la tal delegada del gobierno iba a prohibir llevar esta bandera.
Decisión absurda claro. Una bandera de un país que no existe (por lo menos de momento), no hay ninguna razón para prohibir una bandera de un país que no existe. No hay detrás de esa bandera ninguna ideología que propugne ningún asesinato ni exterminio, no se puede prohibir un deseo. Solo hay una razón para prohibir la “estelada”: su carácter paradójico en una final de la copa de España. Ir a la final de la Copa del Rey con la bandera de la república catalana independiente es como ir a la romería del Rocío con un póster de Voltaire. Pero las paradojas no son lo fuerte de los hinchas del fútbol. También habrá sitio para la previsible pitada al himno del país. Volvemos a la paradoja. La mayoría de la gente a la que le habrá prohibido la bandera y se sentirá ofendido por no poder expresar amor a los símbolos de su patria, no duda en silbar e insultar los símbolos del que (en su deseo) es vecino y en la legalidad su compatriota.
El camino que nos trazan es muy simple: o amas la bandera o la detestas, o eres Español o separatista. Lo peor de todo es que llevamos en esto demasiado tiempo, y la catástrofe es que, estirando de una bandera y de otra, nuestro viejo estado mantuvo todas las estructuras y ministerios del viejo estado franquista y postfranquista y, paralelamente, ha creado otras estructuras de estados independientes. El nacionalismo solo tiene una fuerza definitiva en dos territorios pero en el resto muta en un mayoritario localismo: “no voy a ser menos que aquellos”. Gracias a esta sencilla mezcla de nacionalismo y localismo hemos montado un estado imposible. Así cada vez somos más (afortunadamente) los que, cada vez con menos miedo a ser tildados de facciosos, empezamos a levantar la voz, a decir que este estado es imposible. Que mucho peor que Cataluña y el País Vasco se independicen es la creación de este estado paradójico donde cada territorio tiene un parlamento propio, parlamentos que legislan algunos para un millón de personas, donde cada territorio tiene varias televisiones públicas, donde se glorifican los artistas locales y se olvida los universales. Cada comunidad es, de facto, un estado nuevo pero con reminiscencias de lo viejo como el mantenimiento de la división franquista en unidades provinciales que (en algunos casos) han implantado la excéntrica cuestión de crear también unidades políticas comarcales. Las administraciones envuelven al ciudadano no solo en un marasmo de competencias políticas. Cientos de cargos medios y sus séquitos de papel y sellos convierten el país en un laberinto normativo y competencial.
Lo peor es el pantano burocrático. Nuestro estado tiene un senado inútil, dos cuerpos estatales de policía (guardia civil- policía nacional) que nadie plantea unir para hacer más eficientes, y que, a su vez, conviven con policías autonómicas y europeas. Lo mejor en una época de amenazas globales. La burocracia asfixia nuestra vida, cada ciudadano se ha acostumbrado a ir de administración en administración pagando impuestos, ha dado por “normal” la creación de órganos de estudio y coordinación para dilucidar quien tiene que sacar la basura. Ministerios en Madrid vacíos de competencias delegaciones territoriales de la nada. La gente que no llevamos banderas encima nunca, que no pitamos el himno de nadie, ni insultamos a nadie por creerse ciudadano de Cataluña o de Raticulin, tenemos que empezar a levantar la voz. Yo personalmente quiero un estado que sea una unidad administrativa de gestión. Nada más. El bienestar de unos ciudadanos administrar sus impuestos con unos criterios morales y éticos. Un estado sin mitología y ni histórica ni religiosa; basado en la razón y la ciencia. Lo demás es literatura (mala) Hay que conseguir ya que nuestro país deje de respirar por el pulso seudobélico del fútbol. Ir al fútbol con una estelada es lo mismo que ir al fútbol con una bandera Española. Solo significa que aprovechando el partido vas a plantarte bélicamente frente al otro. Hay que conseguir que los criterios de funcionamiento sean la tradición (normalmente brutal) o la historia (cargada de errores) para ser el pensamiento, el espíritu racional. Seguro que es una batalla perdida. Unos gritos, unos compases de música hortera, una letra que canta glorias de un pasado mítico, unas banderas al viento y una buena guerra (en su ausencia ponga partido de futbol) hará que cientos de miles de personas deseen aplastar al extranjero que vocifera detrás de otro trapo. Eso da votos fáciles y muchos. Estamos perdidos.
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