Soy feminista de una manera natural casi instintiva, desde que tuve uso de razón, que no sé muy bien a que años ocurre eso. Entiendo el feminismo como el agradecimiento a nuestras madres y abuelas, que ya te hacían hueco cuando no habías nacido, que desbrozaban lo que podían para irte dejando caminito, que renunciaron a casi todo para que tú por lo menos lo intentarás.
Admiro rendidamente a esas mujeres que echaron la vida trabajando, haciendo magia para llegar a fin de mes, cuidando a los demás, siempre en el ámbito de lo privado, borradas en el discurso público, sus opiniones y su conocimiento (inmenso por otra parte) nunca reconocidos.
Soy feminista por encima de mis posibilidades, que diría el otro, o por encima de los deseos de mi madre, que está porque pelee menos, dentro y fuera de casa, porque me posicione menos públicamente; y me lo dice ahora, después de que ella sembró vientos.
El problema principal es que no veía lo que me distinguía de mis compañeros, amigos o incluso conocidos: igual de lista o de tonta, de capaz o incapaz, de empática o insensible. Pero luego la realidad se encarga de diferenciarte a medida que vas creciendo, y te encuentras con el paternalismo en el mejor de los casos cuando no con la arrogancia. Y todo esto sólo por haber nacido hombre o mujer.
Diría más, me siento incluida en la corriente del feminismo radical, que ese centro del saber que es la Wikipedia define como “feminismo que sostiene que la raíz de la desigualdad social en todas las sociedades ha sido el patriarcado, la dominación del varón sobre la mujer, todo ello debido al diferente papel reproductivo del hombre y de la mujer. Esta corriente se centra en las relaciones de poder que organizan la sociedad, construyendo la supremacía masculina”
Porque el poder en general es masculino, también en general. Y él poco que rascan las mujeres es por herencia, por cuota o por designación de los hombres. Yo no soy mucho de asaltar, ni los cielos, ni nada; pero igual hay que entrar en la sala sin llamar a la puerta, si queremos sentarnos con ellos a decidir. Espabila, que no te van a venir a buscar a casa, como diría mi madre, volviendo de nuevo a los orígenes.
La defensa de la igualdad es una actitud que nos reúne a muchos, hombres y mujeres, porque de ella salimos todos beneficiados. Les relaja a ellos de los estereotipos de ambición, competitividad, confianza en uno mismo, acción, incapacidad para las emociones y a nosotras de nuestra tendencia “natural” a la generosidad, el servicio, la ternura, el sacrificio o a la gestión emocional.
El 8 de marzo es un día de denuncia, de visibilización pero también es un día de celebración, por todo lo que se ha alcanzado gracias a la lucha de otras que vinieron antes, y por lo que queremos dejar a nuestras hijas. Celebrémoslo, aunque sólo sea por las sesenta y cuatro mujeres asesinadas el año pasado por la violencia machista que ya no lo podrán hacer.
Leave a Reply