De entre los múltiples apelativos afectuosos que conozco (amor, corazón, vida, tesoro, querido, encanto…) dos son los que me gustan y uso en particular: uno es «cielo», por afición a lo abierto y a lo azul, y otro es «cariño», por aragonesa y por filóloga. Me explicaré. En nuestro vocabulario habitual, el cariño es al amor lo que lo bonito es a lo bello: términos de andar por casa, frente al prestigio de los otros dos excelsos y filosóficos conceptos. Porque no conozco ni un solo tratado de filosofía en el que se hable de lo «bonito» o del «cariño», salvo que sea para presentarlos como formas atenuadas de lo «Bello» y del «Amor», como cuando, en sus “Estudios sobre el amor”, José Ortega y Gasset nos dice: “En el «cariño» –que suele ser, en el mejor caso, la forma del amor matrimonial– dos personas sienten mutua simpatía, fidelidad, adhesión, pero tampoco hay encantamiento ni entrega. Cada cual vive sobre sí mismo, sin arrebato en el otro, y desde sí mismo envía al otro efluvios suaves de estima, benevolencia, corroboración”. Y es que la palabra cariño parecería de ese modo una suerte de diminutivo de «caro» o «querido», como un minúsculo «queridiño» de poca monta frente a la mayúscula ampulosidad del «Amor». Eso, que yo sepa, es así en nuestro país en casi todas partes… en casi todas, menos en Aragón.
… no conozco ni un solo tratado de filosofía en el que se hable de lo «bonito» o del «cariño», salvo que sea para presentarlos como formas atenuadas de lo «Bello» y del «Amor»…
Porque en Aragón la palabra «cariño», y el verbo del que procede, «cariñar», se usan todavía –aunque ciertamente cada vez menos– con su valor etimológico más puro, aquel que una vez compartió con el castellano: el que, procedente del verbo latino CARĒRE (‘carecer’), significa ‘añorar’, ‘desear’, ‘anhelar’ o ‘echar de menos’. El cariño, sentido como nostalgia o anhelo, y no como apego al objeto amado, tiene un no sé qué de intimismo que me agrada más que el voluntarioso y posesivo «te quiero» o el solemne y a veces hasta cursi «te amo»: prefiero, en definitiva, el cariño a la querencia, aunque admito que esta última y también desusada palabra me gusta a su vez bastante. Y prefiero que «me cariñen» a que «se encariñen conmigo», y más en estas fechas, porque quien te cariña, es decir, quien te añora y te desea es, seguramente, porque también te quiere.
De modo que, como “a buen entendedor pocas palabras bastan” y, en el caso de la polisémica «cariño», basta una sola, ya sabemos a qué atenernos cuando alguien natural de estas tierras nos dedica un libro o se despide en una carta «con cariño», porque nos está expresando su afecto, pero también su añoranza, su anhelo o su deseo; o sea, que además de querernos, tiene ganas de vernos. Y esta explicación viene al caso ahora para que yo me pueda aplicar el cuento y me despida, terminado ya este escrito, con un saludo «cariñoso» desde Madrid.
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