Había pensado titular este artículo, por lo que leerán más adelante –si tienen la paciencia de hacerlo– “La Biblia del laicismo”, pero en la balanza de los acontecimientos de los últimos días han pesado más los temas literarios (incluido el controvertido Nobel de Literatura a Bob Dylan) que los de cualquier otra índole; y es que en esta semana han tenido lugar celebraciones de diverso género, esto es: han venido a coincidir , en los aledaños del Día de la Hispanidad (que es también el Día Internacional del idioma español) y de la Virgen del Pilar, la concesión del premio de la Academia sueca en un año en el que, además, se celebra el IV Centenario de la muerte de Cervantes y de Shakespeare, de tal modo que esa confluencia de efemérides religiosas y laicas me ha llevado a reflexionar acerca de lo que resulta relevante cuando queremos entender eso que de modo tan general llamamos ‘cultura’. Es obvio que Dylan es un referente cultural, para sus paisanos y para toda una generación en el mundo, del mismo modo que “La Pilarica” lo es para los paisanos nuestros, aunque históricamente hablando podríamos decir que de un modo más “estable”, como lo son, también las obras de Cervantes o de Shakespeare (y sólo el tiempo dirá si la misma “estabilidad”, eso que hace de una obra de arte algo “eterno”, calificará los poemas de Dylan). Porque más allá de las creencias de cada uno, lo que parece evidente es la imposibilidad de entender los hechos culturales a lo largo de la Historia sin conocer esas otras historias que se han transmitido secularmente por medio de los textos profanos y sagrados y, salvo que uno sea de un extremismo cerril, nada se podría objetar al simple conocimiento de los relatos bíblicos, ni siquiera en el caso de su hipotética inclusión en el currículo docente, porque tan absurdo sería pensar que uno se volverá creyente al leerlos como que Don Quijote recuperará la cordura al no leer libros de caballerías (y conste que en este artículo no estoy ni denostando ni defendiendo el estado laico porque, entre otras cosas, eso supondría previamente defender o denostar la idea de “Estado”, lo que daría para hablar mucho del tema y no es ese mi propósito ahora). Pero sí diré que lo que ocurre en nuestros días es que la incultura se ha enseñoreado de tal modo de nuestros estados que al final lo que ocurre, simplemente, es que no sabemos de qué hablamos cuando usamos términos como ‘cainismo’ o ‘fariseísmo’, ni distinguimos el ojo que nos ofende de aquel otro de la aguja por el que difícilmente podría pasar un camello.
Los defensores de la religión ( y tampoco es de “Religión” de lo que quiero hablar en este artículo) verán un punto sacrílego en hacer una lectura meramente literaria de las Escrituras, y los defensores del laicismo alertarán del peligro de volver a caer bajo la opresión de la Iglesia si no sacamos los textos sagrados de las escuelas, pero insisto en que eso es tan absurdo como si el ama, el cura, el barbero y la sobrina de Don Alonso Quijano hubieran quemado, además de los libros de caballerías, la Biblia por ser desencadenante de ese delirio cristiano del Quijote de “defender a los débiles y menesterosos” y “desfacer entuertos”. El caso es que para entender “El Quijote” o cualquier otra obra literaria de nuestra maltrecha y cada vez menos estable cultura hay que tener en cuenta los textos anteriores, tanto profanos como religiosos, o de lo contrario uno , sencillamente, no entenderá “de la misa la media”, como dice el dicho . Y ya que hablamos de esto, y volviendo a la fiesta del Pilar, si uno se toma un vino con aragoneses descubre que es verdad lo que se dice de que es posible creer en la Virgen del Pilar sin creer en Dios, en la línea de la famosa frase de Buñuel: “Yo soy ateo, pero a la Virgen del Pilar no me la toquéis”. De donde concluyo que, si es posible creer en la Virgen del Pilar sin creer en Dios, también se podrá leer la Biblia fuera de la asignatura de Religión… Pero estas cosas, me parece a mí, ya las tenían muy asumidas los asistentes a la VII Copa de Letras del pasado día 8 de octubre, que tuvo lugar dentro de las fiestas del Pilar programadas por la Casa de Aragón en Madrid, porque allí se habló de literatura y buenos vinos aragoneses, que a eso era a lo que íbamos: a catar buenas dosis de ambas cosas, con “La Pilarica” presidiendo el acto desde la misma entrada, que lo cortés no quita lo valiente como lo ateo no quita lo devoto, según queda dicho. Y por allí pasaron Santiago Alonso y los tres autores de “Poemarte”: José Luis Pérez, Jorge Castro y Felipe Espílez, que nos presentaron un libro compuesto a base de retos (aunque no estuviera entre ellos el de ganar el Nobel). José Luis Pérez, docente de profesión, empezó a escribir en 2014, y como muestra de su reciente producción nos leyó su poema “Volar”, en el que, poniéndose en el lugar de un abejorro, nos relata sus topetazos contra la “dura transparencia”. Felipe Espílez reivindicó que siempre se escribe de la pasión, y con la pretensión de ser apasionante. Y así fue: apasionadamente nos leyó dos relatos en clave poética, “Emilio el Emérito” y “Los cuentos de Julio”, y nosotros, a quienes nos apasionó escucharle, quedamos profundamente emocionados por su lectura. Sí, este autor sabe “leer el silencio”, y al hacerlo crea a su alrededor otro silencio que siempre acaban rompiendo los aplausos. Jorge Castro, escritor y cantautor, –como Dylan– leyó poemas de su libro “Alpheratz”, nombre de una estrella que brilla más que el sol, y amenizó la velada cantando: “Cambio el trono de los reyes por tiempo que me permita soñar”. Para equilibrar la balanza de la prosa y el verso, Santiago Asensio había leído, por su parte, dos relatos: “Galería de retratos”, ambientado en Bangkok, y “El viento divisible”, y este último relato sobre el cierzo no podía dejar de recordarme, de nuevo, a la que posiblemente sea la más famosa letra del reciente premio Nobel, ya saben, la de aquella canción que dice que “ la respuesta está en el viento”, pues capto en ella una alusión, tal vez, al mismo poeta cuyos versos he parafraseado para dar título a este artículo, Ernest Dowson , contenidos en la estrofa en la que el escritor del decadentismo inglés hablaba de los “días de vino y rosas”:
They are not long, the days of wine and roses:
Out of a misty dream
Our path emerges for a while, then closes
Within a dream.
(De Vitae Summa Brevis)
Y no puedo dejar de mencionarlos aquí con todo propósito, porque es bueno recordar que ni siempre las palabras se las lleva el viento, ni siempre hay que lamentarse por “lo que el viento se llevó”, que es también una frase célebre del mismo autor británico que, como la anterior, da título a otra conocidísima película:
I have forgot much, Cynara! gone with the wind,
Flung roses, roses riotously with the throng,
Dancing, to put thy pale, lost lilies out of mind;
But I was desolate and sick of an old passion,
Yea, all the time, because the dance was long:
I have been faithful to thee, Cynara! in my fashion.
(De Non Sum Qualis eram Bonae Sub Regno Cynarae)
Nuestro genial Antonio Machado –que no fue premio Nobel– nos dejó dicho que la poesía es “palabra en el tiempo”, tal vez diciéndonos que la buena poesía perdura, y si la lleva el viento, es para fecundar la obra de otros autores. Como ocurre siempre, con premios o sin ellos.
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