Marta se ha enamorado del hombre que, apoyando la mano en su hombro, le dice, como sin venir a cuento: “Yo nunca te defraudaré en nada”. Siendo realista, Marta asume que hay bastantes probabilidades de que él lo haya olvidado… pero de todas formas le creyó, y mantiene su esperanza en el futuro.
“¡Vaya, me he dejado el paraguas!”, se lamenta para sí. Con los libros y cuadernos contra el pecho, Marta se apresurará por las calles sorteando las baldosas sueltas y los charcos de agua sucia hasta llegar a la biblioteca donde, esa tarde, terminará de leer el libro que tiene reservado. Se ha enamorado del hombre que la dejó marchar: “Tengo que volver y terminar mi trabajo de fin de Máster”, le dice, y notando cómo él repara en sus párpados ya un tanto caídos, en la piel algo flácida de su cuello y en las manchas de su escote, le explica: “Es que no me dejaron estudiar en su momento”.
Pertenece a esa generación de mujeres que fue de nuevo llamada al voto después del largo, penoso y aburrido intermedio en la vida de su país que fue la dictadura. El hombre al que tanto admira y al que ya ama le pregunta: “¿Y de qué va tu trabajo?” Se azora un poco: “Trata del futuro”, le contesta al fin, “sobre las expresiones catafóricas”. Leyendo deprisa, pero concienzudamente, por la tarde terminará ese libro que le trae de cabeza. Volverá con sus notas en la tablet y en casa, sola, se hará una ensalada de lechuga, manzana, cebolla morada, nueces y piñones aderezada con vinagre de Módena y aceite de oliva virgen, que comerá frente al televisor sin voz donde una mujer, con unos pocos años más que ella, estará en el candelero de quienes se disputan el poder por el dudoso mérito de haberse arrogado unos títulos académicos imaginarios. Marta no está dispuesta a que nadie le arruine su ensalada; a mediodía se ha comido un bocadillo infame a la salida del trabajo, por no perder el tiempo necesario para seguir investigando en el futuro, incluido ese catafórico “no te defraudaré” del hombre que ama; terminará su trabajo de fin de Máster y volverá para cogerle la mano y besarle en la misma palma que aquella noche apoyó sobre su hombro, pero sin retenerla. “Aquí estoy”, le dirá, y sin importarle lo más mínimo el futuro de esa otra que defraudó con mentiras a quienes la votaron, con arrugas en los ojos por haber estudiado tanto y hasta tan tarde, sonreirá al hombre que la habrá estado esperando. Como se hace esperar siempre el futuro.
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