Que la rasmia es una suerte de energía que brota directamente del corazón es algo que nadie que haya visto bailar a Miguel Ángel Berna podría poner en duda, y menos aún si ha presenciado su coreografía del mismo nombre, “Rasmia”.
La ‘rasmia’ -término que ya casi únicamente se usa y comprende en Aragón y Navarra- ha sido nada menos que objeto de una reciente investigación en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. Las investigadoras Marta Velázquez y Lola Merino, creadoras de un cuestionario para establecer qué se entiende por este término con el fin de «profundizar en algunos aspectos propios de la cultura aragonesa y navarra», en la introducción de su investigación señalaban que “se puede entender la rasmia como una fuerte voluntad por alcanzar un objetivo, que
se nutre de una energía interna que permite desarrollar la acción de forma ágil y decidida, explotando al máximo tus destrezas, y tirando de coraje o valor cuando el objetivo es física o mentalmente desafiante o también persistir en la acción cueste lo que cueste hasta lograr la meta”(i).Por su parte, la Real Academia de la Lengua en su diccionario (DRAE) la define como “empuje y tesón para acometer y continuar una empresa”.
Como todas las monedas tienen dos caras, la gente tozuda, obstinada y cabezota -así dicen que somos los aragoneses- suele ser también perseverante, corajuda y valiente. Esto último es lo que se entiende por ‘tener rasmia’. Y a decir del bailarín Miguel Ángel Berna, que lo explicó maravillosamente bien hace un par de días en Madrid no sólo con acrobacias de danzarín sino con sus propias palabras, la rasmia es propia de la gente sufrida, que ante la necesidad saca toda la noble fuerza de su corazón. Y no lo digo por decir: nos contó Berna el pasado sábado en el auditorio del Nicolás Salmerón que de niño aprendió que sólo baila bien de verdad el que baila “por hambre”. Que es de la necesidad de donde brota el esfuerzo. Que así lo aprendió él de sus mayores. Y eso se nota: el bailarín y genial coreógrafo aragonés nos demostró la fuerza y el valor que desprende con el número titulado precisamente “Rasmia”. En un sentido homenaje a sus abuelos y a la tradición que es el alma de la jota, nos dio una lección magistral de cómo la rasmia sale directamente del corazón: porque era en ese dedo donde se colocaban tradicionalmente las castañuelas, y no en elpulgar como se hace ahora en los conservatorios. Berna hace vibrar las castañuelas en sus corazones con todos los registros imaginables, y aun alguno más. Pero no es sólo esa fuerza cardíaca la que impregna la danza de Miguel Ángel Berna. Para apresar la esencia de su baile tendríamos que recurrir a la palabra ‘alma’, ese concepto del que otro aragonés, David Serrano Dolader, habla en su novela “Octimana” en estos términos: “Solamente el alma no puede esculpirse, porque está en movimiento permanente buscándose a sí misma a través de los demás”. No de otro modo se podría describir mejor el baile de este artista cuyas evoluciones sobre el escenario son así: “un continuo repetirse en el cambio, un sinfín de ser siempre lo mismo y lo diverso”(ii). Lo ‘mismo’ de la tradición, lo ‘diverso’ de la fusión con otros estilos como el baile clásico o el flamenco: vean, si aun no la han visto, la película Jota de Saura en la que Berna participa como bailarín y coreógrafo.
De la novela de Serrano Dolader tengo pensado hablarles en otra ocasión prolijamente, pues no me ha impresionado menos, por su libertad, que las jotas de Berna. La que esto escribe, en unos tiempos en los que le ha debido dar un buen bocado a la ración de rasmia que por aragonesa, al parecer, le corresponde, se va a despedir de ustedes hoy cambiándole ligeramente la letra al conocido bolero de Los Panchos, deseándoles que ante cualquier mudanza de fortuna puedan echar mano de esas “tres cositas” que siempre hay que tener de sobra para poder ofrecer a los demás:
alma, corazón y… rasmia.
(ii) Serrano Dolader, David: Octimana. Ed. Eclipsados. Zaragoza, 2011. Pág. 143‐144
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