Estamos padeciendo en Huesca un fenómeno de resistencia al cambio. Este fenómeno habitual a nivel individual, salta a la palestra a nivel colectivo en determinadas condiciones de presión y temperatura política y mediática.
La resistencia al cambio es tan natural como la vida misma, queremos lo que tenemos y cualquier modificación produce temor a la pérdida e incertidumbre ante el qué pasará.
Tenemos una larga lista de resistencias colectivas en esta ciudad. Sin esforzarme mucho surgen varias: La peatonalización del Coso con fuerte contestación social y que ha logrado cambiar hábitos “de toda la vida”; las propuestas para revisar y actualizar algunos aspectos de las fiestas de San Lorenzo como las mairalesas, con objeto de que su representatividad fuera más acorde al año con el que nos encontramos que de mediados del siglo anterior, o más recientemente, el sorprendente interés mediático sobre la asistencia a misa de los Concejales, motivado por la actualización del Reglamento de Protocolo. Son sólo tres de los muchos ejemplos de resistencia, que en algunos casos, si no fuera por la de ríos de tinta y comentarios no siempre desde la información y el respeto, no pasarían de anecdóticos.
Dicen, que en la India, a los elefantes se les ata con cadenas a un árbol para que no escapen. Cuando son pequeños lo intentan, pero cuando crecen, creen que ya no pueden liberarse y siguen junto al árbol sin necesidad de permanecer atados.
La costumbre, que algunas personas erróneamente se apresuran a calificar como tradición, es la excusa ideal para la resistencia, para mantenernos atados al árbol sin cadenas y para la frustración de personas y ciudades. Primero creamos la costumbre y después la costumbre nos crea a nosotras.
Algunas personas, queremos hacer de Huesca una ciudad en construcción colectiva y permanente, como decía Einstein no se puede mejorar haciendo siempre lo mismo y si bien es cierto que no todo cambio implica una mejora, si pretendemos hacerlo, debemos estar dispuestas a revisarnos y construir entre todas las que deseen participar, el camino colectivo hacia esos cambios.
Sobre las costumbres que parecen inamovibles, la resistencia ya fue vencida con anterioridad. ¿Alguien piensa que las fiestas, la forma de entender la ciudad y su entorno, la política, la representatividad o las formas de movilidad son las mismas ahora que hace 60 años? ¿Serán las mismas de aquí a los próximos 20 años? El empeño en mantenerlas intactas es cuando menos vano, puesto que las costumbres que conocemos «de toda la vida» no son las mismas que fueron de «toda la vida» unos años atrás. Ello no supone una pérdida de raíces culturales, sólo las actualiza necesariamente.
En este equilibrio de fuerzas entre la resistencia y el cambio, esperaremos encontrar la virtud aristotélica. Para encontrar ese equilibrio, algunas personas seguiremos intentando que la ciudad aproveche las grandes posibilidades que tiene para que todas vivamos bien, de manera justa y respetuosa con las personas (con todas) y el medio y eso pasa ineludiblemente por cambiar. En la mano de cada persona está ver si ante la separación del árbol al que no estamos atados nos paralizamos y nos defendemos o lo vivimos como una oportunidad para la escucha , el diálogo con el que no opina como yo, para la mejora, el compromiso y la participación, que hagan de ese camino colectivo un cambio aún más rico.
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