Cuenta la leyenda que la Mirla Blanca, desafiando al invierno, se había burlado del gélido Enero, de modo que aquel, para vengarse, le pidió a Febrero que le concediera dos de sus días para azotar aún más el mundo con hielos y ventiscas. No le quedó a la Mirla otro remedio que guarecerse en una chimenea para sobrevivir, de la que salió viva, pero completamente tiznada por el hollín. Desde entonces Febrero tiene veintiocho días y Enero treinta y uno, de los cuales los tres últimos son los más fríos del año. Y también desde entonces son todos los mirlos negros.
El duro invierno puede robarle al tiempo algo de su clemencia, pues el lugar de lo blanco es el de la ilusión, el no color, y todo mirlo sabe que ha de vender muy pronto su blancura a algún ingenuo que aprecie su fingida rareza, antes de que arrecie la estación fría de la vida.
Los últimos tres días de cualquier mes de enero son el lugar inhóspito del que salir indemne, ya que únicamente el negro puro es el tono que puede existir en la naturaleza sin ninguna luz, pues ninguna onda luminosa refleja: las ha absorbido todas. Y llega entonces, cada vez, el tiempo de marcharse:
Me marché tantas veces
como pude de aquel lugar
donde no se definía
lo intacto de mí.
Procura la calma
y trabaja el orden:
me lo repetí tantas veces.
Luego se abrieron las puertas
de par en par
y mi cabeza
se perdió entre el gentío.[i]
En la portada del libro de Estefanía Cabello Muchacha con mirlo en las manos, de donde vienen estos versos, vemos una cabeza femenina, fragmento de un cuadro prerrafaelita donde también aparece un mirlo. El tono de las plumas de este pájaro nunca lo encontrarás en el espectro del arcoíris, solo lo podrás ver en las profundidades de un agujero negro, o en la quemante luz del sol sin filtrar: todo lo que arde se vuelve negro, como el hollín que tiznó las plumas blancas de la Mirla del cuento.
La posibilidad de emerger absorto en uno mismo, sin la necesidad de luz ajena al propio y negro fondo, es el misterio que a veces llega a iluminar algún verso:
Cada vez que una persona querida
salía por la puerta, una hilera
de células amarillas desfilaba por mi sangre,
colapsando segundos, minutos,
horas de mi vida. ¿Cuántos meses años perdí
por este afán concienzudamente innecesario,
no despedir del todo a los seres que necesito?
Hoy cerco con mis manos inútilmente el intento.
Yo, río de fondo que no se deletrea,
nosotros, turba de tiempo
que el tiempo no conocerá.[ii]
Se aprende de la oscuridad, de la soledad y del silencio, como este pájaro que sobrevuela los limpios versos de Estefanía Cabello, cantando:
El pájaro sabía más
de la soledad.
Le nacía el silencio
en la mirada.
Déjame ser humilde
como él.
Aprender de su canto
para vivir.[iii]
[i] Cabello, Estefanía (2023): Muchacha con mirlo en las manos. Ediciones Torremozas, Madrid, pág.27.
[ii] Cabello, E. (2023:28)
[iii] Cabello, E. (2023:71)
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